A escondidas bebo el plato que estuve deseando durante tantos días:
Sal ácida de murciélago, acompañada de glucosa de veneno de rata y sangre de tiburón. ¡No les puedo explicar cómo fortificó mi ser aquél plato delicioso!
Sal ácida de murciélago, acompañada de glucosa de veneno de rata y sangre de tiburón. ¡No les puedo explicar cómo fortificó mi ser aquél plato delicioso!
Ahora, mis ojos pueden ver más de lo que ven, mis uñas ya son garras y mis manos tocan más de un piano. Mi fuerza es exacerbada por la espinaca vitamínica y acapara caminos clandestinos de alimentos que no son vegetales.
La despreocupación de ingerir alimentos desagradables me enorgullese. Satisfecha estoy de haber tomado de niña la leche de pimienta gangrenada que me permitió adquirir ciertos adjetivos: diferente y adecuada. A los 12 años esas cualidades me permitieron hacer oraciones sintácticas proposicionales, no con lápiz, sino con una birome de tintas de lícor de chocolate. Pasados unos años, borré dichas estructuras para sumergirme en el día sin hora, creando la letra especialmente diseñada con duraznos en ácido fólico.
Analía Pérez Portillo